Un escalofrío corre por las espaldas del tenis: ¿ Roland Garros sin Nadal ? Es perfectamente posible. Ausente de Montecarlo, Barcelona, Madrid, y ahora Roma, sólo le queda París en la temporada de arcilla. Para que se tenga una idea del movimiento de placas tenístico-tectónicas que implicaría su ausencia del Abierto de Francia, la última vez que Nadal quiso jugar allí y una lesión se lo impidió fue en 2004.

Pasaron 19 años. Aquella vez tenía 17, hoy tiene 36.

¿Es el final? No se sabe, pero se empieza a entender que una forma de ser felices en el tenis se está terminando. En septiembre de 2022, Roger Federer jugó su último partido, lloró y tomó la mano de Nadal. En abril de 2023, Nadal utilizó un video y sonrió al explicar que no jugará Madrid y que, en realidad, no tiene la menor idea de cuándo podrá volver al tenis. Ni en qué condiciones. Llanto y sonrisas ante los límites del tenis y de la vida.

Sin Federer y sin Nadal, el tenis es otra cosa. No hay «big three», porque lo que verdaderamente hubo entre 2005 y 2021 fue un «big two» al que Novak Djokovic jamás pudo ingresar. Ese «big two» va más allá del tenis y de los resultados, el suizo y el español sienten que su manera de entender el deporte y la vida es diferente a la del serbio. Y se lo han hecho saber de múltiples maneras. Dolido, Djokovic viene respondiendo con la decisión de quitarles a ambos cuanto récord hayan tenido en sus manos. Y no le está yendo nada mal en ese objetivo.

A esta altura, Djokovic no es el rival más duro de Nadal. Tampoco Carlos Alcaraz, Daniil Medvedev o Stefanos Tsitsipas. El gran rival del español es su propio cuerpo, lo que implica toda una paradoja.

Fue (es) su cuerpo el que le permitió desplegar un tenis hiper físico con características que no se enseñaron nunca ni se enseñarán jamás. Nadie jugó como Nadal ni volverá a jugar como él, con perdón de Guillermo Vilas o de Alcaraz. Lo de Nadal es tan especial que alcanza con decir que lo más recomendable es no jugar al tenis como él lo hace. Y eso lo convierte en único.

La paradoja radica en que ese cuerpo, ese físico descomunal, fue la base para un tenis de desgaste, más o menos agresivo según el momento, pero que siempre implicó un despliegue con una exigencia fuera de este mundo. Y es ese mismo físico, ese mismo aliado, el que vuelve a decirle «basta», esta vez en un momento clave de su temporada y de su carrera: no jugar la temporada de arcilla y faltar a Roland Garros es como tirar 2023 a la basura y llenarse de preguntas y dudas a los 37 años. Los éxitos y la carrera de Nadal solo se entienden a partir de lo que cada año construía en el rectángulo naranja. Sin él, Nadal no es Nadal.

Esas lesiones determinaron a lo largo de su carrera que Nadal quedara fuera de la posibilidad de luchar por el título en 16 torneos de Grand Slam: 11 en los que no pudo participar y cinco de los que se retiró lesionado. Eso equivale a cuatro temporadas completas. De haber ganado dos o tres de aquellos 16 -una estimación más que conservadora-, Djokovic no estaría aspirando al título de tenista más exitoso de la historia.

Esta vez es el psoas ilíaco, un músculo de complicado tratamiento, algo que se demuestra con el mero dato de que la lesión sucedió en enero en Australia. La lesión debía resolverse en «seis a ocho semanas» que se extendieron a 12 y quién sabe cuántas más.

La esperanza para aquellos que aman a Nadal pasaba por el dato de que Madrid -el último torneo al que renunció- no es en realidad un escenario en el que el español se sienta cómodo. Los 550 metros de altura de la capital molestan al ex número uno del mundo, que se queja de lo difícil que es controlar la pelota. Volver al circuito en un torneo de esas características no sería inteligente de su parte.

Podía pensarse, entonces, que la lesión evoluciona de buena manera y que bien podría haber jugado en Madrid. ¿Entonces? El regreso de Nadal debía ser en un torneo ideal para su tenis, el Abierto de Italia en Roma, condición mínima indispensable para que se sintiera en condiciones de afrontar la meta de conquistar el décimo quinto Roland Garros.

Nada de eso. Roma era una quimera, Roland Garros parece tomar el mismo camino y el escalofrío crece en intensidad.