PARÍS – «¡Serbia!».
Cuando todo había terminado, cuando Novak Djokovic ya había elogiado a Casper Ruud, agradecido a Amelie Mauresmo, endulzado los oídos de Yannick Noah y hablado de su familia, de su equipo y dejado consejos para que los jóvenes construyan su propio camino, el número uno del mundo volvió al origen de todo, a la base de su mentalidad de titanio, a la razón de que siempre esté dispuesto a un esfuerzo más y haya ganado, este domingo en París, su título número 23 de Grand Slam. Más que ningún otro hombre en la historia del tenis.
«¡Serbia!».
Suele decirse que el tenis es solo tenis y el deporte es solo deporte, pero no siempre es así. No siempre puede ser así. En la búsqueda de su título de Grand Slam número 23, que lo convertiría en el tenista más exitoso de la historia, Djokovic fue impulsado por un fuego interior que hunde sus raíces en su historia personal y en la de su país, Serbia.
El éxito deportivo de Djokovic sería imposible de entender sin tomar en cuenta lo que siente por Serbia.
Tras el éxito en París tiene sentido recuperar escenas y conversaciones con el serbio que formaron parte de «Sin Red», un libro en el que el foco está puesto en la rivalidad entre Roger Federer y Rafael Nadal, pero en el que Djokovic tiene una cuota muy importante de protagonismo.
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Abril de 2012. Djokovic está cómodamente sentado en un sofá de cuero marrón en el Monte Carlo Country Club y dispuesto a contestar mis preguntas. Y hay una pregunta que venía rondando especialmente por mi mente tras años observándolo, ya incluso desde aquel 2007 en que brilló por primera vez en un gran escenario ganando Miami: nadie diría de Djokovic que no es un tipo simpático, todo lo contrario. Otra cosa es que muchos crean que es espontáneo, mientras otros sienten que hasta su espontaneidad es calculada. Lo que está claro es que Djokovic siempre busca agradar, tiene necesidad de hacerlo. Quiere, en efecto, que lo quieran. Ardientemente. Él mismo lo admitió en aquella conversación en las tierras del príncipe Alberto.
– ¿Hay algo de presión extra, una necesidad de ser más agradable y simpático aún que la media por el hecho de venir de Serbia?
La pregunta hizo que Djokovic se reacomodara en el sofá monegasco, más motivado que nervioso ante el planteo.
“Para ser honesto, es una buena pregunta, porque recuerdo cuando viajaba con mi padre jugando torneos juveniles en todo el mundo. La mayoría de las veces, cuando decíamos que éramos de Serbia, la gente se volvía muy cautelosa y prudente acerca de cómo seguir con nosotros”.
El recuerdo le duele a Djokovic, se nota en su gesto que aquello le hizo sufrir.
“La sensación era muy fea. Primero, porque no creo que nadie deba tener prejuicios acerca de la gente, ya sea por su procedencia o su religión. Pero también lo entendía, porque la mayor parte de la prensa internacional venía escribiendo en forma negativa sobre Serbia. Comenzó así, pero con el tiempo la gente pasó a valorarme a mí y a mi familia, a entender que lo que hacemos lo hacemos con el corazón y la conciencia limpias. La gente me respetó por mi éxito, y eso fue importante, permitirle a la gente ver mi verdadera personalidad y que el pueblo serbio es bueno y puede ser bueno”.
La guerra en la ex Yugoslavia es un asunto muy serio para Djokovic y su familia. En su entorno se entrecruzan historias que, como las de cualquier guerra, no son agradables. La más conocida es la aquellas noches, aún niño, en el refugio antibombas de su tía, pero hay muchas más.
Una periodista del “New Yorker” le preguntó años atrás, en un extenso perfil, si estaba de acuerdo con el pedido público de perdón hecho por el entonces presidente serbio, Tomislav Nikolic, por la matanza de Srebrenica en 1995, en la que las tropas serbias ultimaron a 8.000 musulmanes.
“No hablemos de eso, por favor. No quiero entrar en ese tema, porque todo lo que diga puede ser entendido en un muy mal sentido. Lo único que puedo decir es que la guerra es la peor cosa que un ser humano pueda vivir”.
Ante preguntas menos específicas, en cambio, Djokovic no tiene problema en explayarse.
“Me llevó un tiempo entender, cuando era más joven, lo seria que era la situación en nuestro país, en especial tras la guerra. En el ’99 yo tenía 12 años, y en el ’92, cinco. Hubo muchos problemas políticos y económicos en Serbia en los últimos diez años. Los estándares son muy bajos y la gente sufre. Como en cualquier país en el mundo, pero en especial allí, porque es un país marcado por la guerra. La experiencia de superar ese sufrimiento me unió más aún a mi gente y me hizo apreciar los verdaderos valores de la vida. Hizo, en cierto modo, que me motivara a representar a mi país de la major manera posible y a aprovechar la oportunidad para mostrar que Serbia tiene muchos aspectos positivos, no sólo negativos».
«Es un proceso, no puedo ser sólo yo el que influya en la imagen, tiene que haber más gente. Como deportista hago todo lo que puedo para ganar partidos, y si tengo el tiempo y la oportunidad, para representar a mi país en la Copa Davis, que es también una vía para hablar de los valores positivos que tiene Serbia. Lo que vengo viendo en los medios sobre Serbia en los últimos 20 años es muy malo. El foco de la prensa cada vez que se habla de Serbia es lo negativo. La violencia, lo criminal, todo eso. Y eso es algo a lo que definitivamente me opongo y quiero cambiar”.
Cuatro años antes de aquella entrevista en Mónaco, Djokovic se había visto confrontado con la política ante una pregunta directa: ¿Qué opina de la independencia de Kosovo?
Era 2008, Djokovic estaba en Dubai, la charla transcurría en un enorme jardín en el “Aviation Club” de la ciudad de los emiratos. A unos metros, un lago artificial, protegiéndolo del sol, unas palmeras. Djokovic, que tres semanas antes había ganado en Australia su primer título de Grand Slam, no dudó al responder: «Nos quitan todo lo que tenemos. Kosovo es Serbia y seguirá siendo Serbia».
«Kosovo es el corazón del país; ¿puedes imaginar un país en el que una mayoría dice que quiere ser independiente y lo hace? ¿Cómo se sentirían? Nos quitan algo que es nuestra historia, nuestra religión, todo lo que tenemos».
El rostro del entonces número tres del mundo se endureció al preguntársele si se puso en el lugar de los kosovares, si es capaz de entender sus razones, el deseo de cortar lazos con Serbia tras una guerra que estremeció la conciencia de Europa.
“No quiero pensar en ese sentido. Conozco la historia, se habla mucho de eso. Pero, como dije, era Serbia y seguirá siendo Serbia, siempre. Mi padre nació ahí, mi tío nació ahí, la mayoría de mi familia vivió por 30 años allí. Estuve allí visitando muchas veces las iglesias. No puedes imaginar la cantidad de iglesias, monumentos y sitios históricos que hay allí. No puedo pensar en Kosovo siendo otro país».
«Yo, como profesional, sé que tengo que seguir jugando y ganando. Nunca supe mucho de política, pero esto no es sólo política, es realmente serio».
Quince años después de aquella conversación en Dubai, el sentimiento de Djokovic no se ha movido un ápice.
Tras su victoria en primera ronda, Djokovic escribió en la lente de la televisión lo siguiente: «Kosovo es el corazón de Serbia. Stop a la violencia». Lo hizo incluyendo el símbolo de un corazón, en vez de la palabra, en respuesta a los violentos enfrentamientos en Kosovo, donde decenas de miembros de las fuerzas de paz de la OTAN resultaron heridos.
Dos semanas después de aquella manifestación pública y de gran resonancia internacional, Djokovic ganó el que es uno de los partidos más importantes de su vida. Mucho más que tenis, mucho más que deporte.