El tenis viene bastante enloquecido desde hace un tiempo, aunque creíamos que con el veto de la WTA a China y la expulsión del número uno del mundo de Australia habíamos llegado al límite.
¿O acaso se puede llegar más lejos?
Claro que sí. Se puede, por ejemplo, convertir a Wimbledon en un torneo de exhibición.
El anuncio de la ATP y la WTA de que dejan sin puntos para el ranking al torneo más emblemático del tenis es eso: convertir a Wimbledon en una exhibición. Y que alguien diga si imaginaba que eso podía suceder alguna vez.
El público disfrutó este sábado de un día ideal en París, sol sin excesivo calor. La cancha Suzanne Lenglen, la segunda en importancia en el complejo de Roland Garros, estalló de público para ver el entrenamiento de Rafael Nadal, que tras quejarse hace una semana a un nivel nunca visto por el dolor en su pie, viene entrenándose en doble turno en los últimos días.
Carlos Alcaraz, el wonder boy, golden boy, chico maravilla o como quieran llamarlo, entrenó en la cancha 5, también colmada de espectadores que se dieron el lujo de ver de cerca a un hombre que a partir de mañana tendrá destino de cancha central o Suzanne Lenglen, difícilmente salga ya de allí.
Pero mientras el público se llenaba los ojos con lo más atractivo del circuito, entre los jugadores se hablaba del tema del día: Wimbledon.
Como escribió hoy Christopher Clarey en el «New York Times», Wimbledon es una «institución cultural británica».
Y es incluso más que eso, el torneo que se juega en el All England Lawn Tennis and Croquet Club es una institución cultural del tenis y del deporte. En muy pocos sitios del universo deportivo se respira y se siente lo que se siente en Wimbledon. Y es por eso, en buena parte, que el certamen podrá resistir este año el haber sido degradado a exhibición.
Porque nada degrada a Wimbledon, aunque el golpe es innegable.
Los organizadores del Grand Slam sobre césped estaban en problemas, porque el gobierno británico les reclamaba sancionar a todo ruso con vínculos con el Kremlin. El mismo gobierno que hasta hace dos meses no se había dado cuenta de que los oligarcas rusos eran dueños de la mitad de Londres, sí.
A su vez, la ATP y la WTA no podían permitir que jugadores de sus circuitos fueran vetados por nacionalidad. Eso desnaturalizaba los rankings, los falseaba. Y ponía en cuestión la veracidad y justicia de sus rankings mundiales.
Wimbledon, probablemente, no podía hacer otra cosa. Pero la ATP y la WTA, tampoco.
Lo mismo puede decirse del ex tenista ucraniano Sergiy Stakhovsky, que se sumó al ejército de su país tras la invasión iniciada por Rusia el 24 de febrero.
La ATP y la WTA «están del lado de los invasores y los asesinos», dijo Stakhovsky.
Probablemente él mismo sepa que no es así, pero en época de verba inflamada en todo el mundo, el ex jugador también cumplió con lo que se esperaba de él.
No está claro si Wimbledon mantendrá el mismo volumen de premios, pero si es altamente improbable que se quede sin las grandes estrellas. Novak Djokovic lo jugará. ¿Y si lo gana? ¿Sumaría 21 títulos de Grand Slam (o 22, dependieno de lo que suceda en París), o serían 20 y una exhibición?
El tenis, esta dicho, está enloquecido. Aunque algunos mantienen la cabeza fría, como Antonio Martínez Cascales, el entrenador español que llevó en 2003 a Juan Carlos Ferrero al número uno del mundo y que ahora, con Ferrero como entrenador, forma parte del equipo de Carlos Alcaraz.
Hablamos con Martínez Cascales para entender mejor el fenómeno Alcaraz. Nos enteramos de unas cuantas cosas, entre ellas, lo importante que fue Grigor Dimitrov para el crecimiento del español. Y, también, que entre Alcaraz y Juan Martín del Potro, Stefanos Tsitsipas y Dominic Thiem, Ferrero eligió a Alcaraz.
El «teenager» español debuta este domingo con el argentino Juan Ignacio Londero. Último turno del estadio Philipp Chatrier para cerrar la primera jornada del torneo. ¿Jugará también en el último turno de la central dentro de dos domingos, el 5 de junio?
Bienvenidos a la acción.