MADRID – Ni la arcilla, ni el cemento, ni el césped. Es el tenis en arena. En Asturias, en el norte de España, donde el mar Cantábrico transforma el paisaje de los balnearios con sus radicales cambios de marea, se juega anualmente un torneo único en su especie: el Torneo Tenis Playa Luanco.
En la playa La Ribera, cuando el mar se retira y deja el arenal duro, se quitan las algas y las piedras; se clavan las pletinas metálicas que sirven para delimitar la cancha de singles, y se pone la red y las silla del juez y la de los jugadores. La foto que durante unas horas es pura agua salada, luego es un peculiar estadio de tenis.
En la orilla son instaladas graderías para 2000 espectadores. Necesariamente, acompañadas de postes de luz, que permiten que el tenis se juegue tarde por la noche, el horario durante el cual las olas revientan lejos de ahí en agosto.
Desde su primera edición en 1971, por iniciativa de un grupo de amigos que se juntaron a jugar en la playa como alternativa de juego ante la falta de instalaciones específicas, han pasado por la exhibición importantes nombres del tenis mundial como Juan Carlos Ferrero, Carlos Moyá, Gastón Gaudio, Álex Corretja, David Ferrer, Guillermo Cañas, Juan Mónaco, o Pablo Carreño.
En 2023, para su trigésima sexta edición, el torneo contó con el francés Richard Gasquet, y Feliciano López, quien fue homenajeado luego de su retiro del tenis profesional. Eso sí, la final la ganó el lituano Edas Butvilas, que derrotó al español Miguel Avendaño, hijo de Juan Avendaño, el máximo campeón del torneo: nueve títulos durante los 70 y 80. Hoy el trofeo lleva su nombre.
“Lo que mejor recuerdo es lo espectacular que es jugar ahí escuchando el mar. Los partidos comienzan bien tarde esperando que la marea baje. A medida que avanza la noche te preocupas de terminar pronto pensando que en cualquier momento el mar vuelve”, cuenta a CLAY Jaime Fillol, campeón de la edición de 1982. Ganó en la final al español Miguel Mir.
El chileno explica cómo es una cancha de tenis de arena compacta: “La pelota da poco bote, obviamente por lo húmeda que está la cancha. Pero es una cancha firme. A mí me venía bien, porque me iba a la red después de sacar. También intentaba subir tras la devolución”.
Otra particularidad de este tenis poco ortodoxo es el factor de la inclinación de la cancha, que puede ser clave en el desarrollo de cualquier partido si se usa estratégicamente.
“Cuando toca correr en el sentido a favor de la inclinación, ¡vas lanzado! El problema es cuando te la tiran al otro lado. Ahí es muy difícil llegar corriendo de subida. El evento es un espectáculo muy bonito. Ahora la cancha tiene tribunas por los cuatro lados, pero en mi época una parte estaba abierta al lado de la costanera y era muy interesante porque la gente que transitaba por ahí veía el tenis”, detalla Fillol.
“Aparte que se come muy bien en Luanco”, agrega el ex 14 del mundo. Característica también muy especial que enamora a los extranjeros. También se disfruta la cultura en torno a la sidra, y los invitados aprenden a escanciarla, es decir decantarla o servirla desde la botella en un vaso o copa. En el torneo de Luanco se enseña ese arte: guardando distancia entre la botella y el vaso para que esta se agite y se airee para que su gas natural carbónico despierte y el aroma de la bebida se expanda.
Parte importante de la cultura asturiana. Cosas del extraño mundo del tenis en arena.