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No te engañes, Chile, el ATP 500 es una utopía

ATP 500
El ATP 250 de Santiago de Chile
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Si quiere, si es lo que de verdad desea, el tenis chileno puede engañarse a sí mismo.

Pero no debería hacerlo.

Es sencillo de entender. Doha, Dallas y Múnich, o lo que es lo mismo: Qatar, Estados Unidos y Alemania. Más claro aún: Medio Oriente, Norteamérica y Europa. Liso y llano: la eterna tradición del tenis mezclada con el interés del mundo árabe por ser cada vez más protagonista. Historia, dinero y poder. Nada nuevo bajo el sol.

El diario L’Equipe informó este semana que esos tres torneos serán los 250 que a partir de 2025 subirían de categoría para convertirse en ATP 500, la antesala de los Masters 1000. Ni Santiago de Chile ni Buenos Aires calificaron para el upgrade. ¿Acaso tuvieron alguna chance?

No hay que engañar a los amantes del tenis. La fuerte competencia mundial, las desventajas de calendarización de los torneos y la relativa marginalidad de la gira sudamericana para los altos poderes del tenis conducen a un simple análisis: es un despropósito pensar que Sudamérica contaría con otro ATP 500. Difícil para la capital argentina, mucho más para la chilena.

“Nosotros le manifestamos a la ATP que a Chile le encantaría tener un 500”, decía Catalina Fillol, directora del Chile Open, cuando en 2022 inició las gestiones para postular a la promoción. Aumentar el aforo de la cancha principal a 5.000 espectadores y un crecimiento en el prize money eran los principales requisitos. Fillol tenía esperanza y así lo comunicaba: “Tenemos las ganas, el músculo y el proyecto. Estamos ilusionados con que se llegue a dar y si no, nosotros igual vamos en busca de ser estéticamente un 500″.

La gira por el verano sudamericano es atractiva y necesaria: hay tradición, cultura y una oferta diferente para los deportistas y los fans. La gira refresca la primera parte del año y siempre entrega cosas que captan la atención del tenis mundial. Así y todo, está muy lejos de ser un momento destacado del año.

En ese sentido, América Latina ha en cierta forma retrocedido. Hace dos décadas, el estadounidense Butch Buchholz, creador del torneo de Key Biscayne, soñaba con crear un Key Biscayne en Tigre, al norte de Buenos Aires. Hoy nadie imagina un Masters 1000 en Sudamérica.

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Ni hablar de la situación del evento chileno, que tiene hoy la peor calendarización de todo el tour: es el único 250 que comparte semana con otros dos 500 (Acapulco y Dubai, ambos pista dura) y es la fecha que cierra el ruedo del tenis sobre la arcilla sudamericana, la que arranca el día después que termina un Grand Slam en cemento. Quienes deciden jugar en Chile tienen en mente una cosa: a la semana siguiente es el turno de las canchas duras de Indian Wells.

Nicolás Jarry
Nicolás Jarry fue el campeón de la última edición del ATP 250 de Santiago // CHILE OPEN

Lo del “sueño 500” es en Chile un cuento viejo, con poco sustento y que habría implicado hacer enroques impensados en el calendario ante la imposibilidad de que sean tres campeonatos de esa categoría en simultáneo.

El Abierto de Chile cambió varias veces de sede. Desde 2001 se jugó en la ciudad-balneario de Viña del Mar, una ubicación lógica considerando que en febrero la vida playera y las multitudes de visitantes pegan bien con un evento deportivo atractivo. Se mudó a Santiago por complicaciones económicas en la alcaldía viñamarina, y en ese lapso fracasó al elegir una sede con difícil acceso a las afueras de la ciudad. No llegó la gente.

Luego retornó al litoral sólo por tres temporadas más. Para 2015 se cedió la sede a Quito. Fernando González y Nicolás Massú ya eran ex tenistas y a partir de ahí no hubo mayor interés del público por mirar tenis de nivel si no habían chilenos compitiendo, salvo la súper excepción del año que lo jugó Rafael Nadal (2013).

La irrupción de Nicolás Jarry y Cristián Garin motivó a los dueños del torneo a volver al circuito grande, lo que se concretó en 2020. Esa “chilenodependencia” totalmente probada para que el evento sea un éxito popular no ayuda en absoluto. Es cierto que el nivel que hoy tiene Jarry, número uno de Chile (22° ATP), augura una buena salud para el torneo, pero con alguna inesperada derrota en primera ronda, o una baja por lesión, no suele haber superestrella que motive la venta de entradas.

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Además, durante todos esos años, siempre faltó algo muy importante: un court central. Donde sea que se jugó, se levantaron galerías mecano. Al 2023, Chile cuenta con el Court Central Anita Lizana del Estadio Nacional, pista que fue recién renovada para los Juegos Panamericanos. Era el sitio que Octagon, dueño de la fecha ATP chilena, pensó para disputar el supuesto ATP 500, pero había que recurrir también a las gradas transitorias: el estadio sólo puede albergar 3.500 personas, 1.500 menos que el requisito principal.

Kristoff Puelinckx, el CEO de Tennium, la pujante agencia belga, dijo en febrero de este año a CLAY que Buenos Aires trabaja para ascender de categoría.

“No es ningún secreto que queremos un 500 en Buenos Aires, el mercado está para eso, es un país histórico del tenis, con mucha afición. Es un proceso muy lento, la ATP ha anunciado que puede haber hasta tres upgrades en el mundo, pero hay mucha competencia», explicó.

Con todas las dificultades económicas que atraviesa hoy Argentina, su mercado tenístico y la dimensión de Buenos Aires son superiores a las de Santiago y Chile. Y así y todo, los argentinos también deberán esperar, aunque en febrero de 2024 contarán con dos campeones de Grand Slam como el español Carlos Alcaraz y el suizo Stanislas Wawrinka.

«El público en Argentina es diferente a cualquier país, es un público mucho más emocional, sobre todo cuando juegan argentinos o con un top como Carlos Alcaraz. El público se vuelve loco. En otros países es más tranquilo, racional, templado. Lo de llegar a ser un 500 llevará tiempo, no es para 2024», agregó Puelinckx.

Que Chile (y Argentina) no se engañe. El sueño de tener un ATP 500 es sólo eso, un deseo sin soporte. Lo dijo la ATP una vez más: en este circo importan más los del Norte.

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