En aquel 8 de septiembre de 1990, el antiguo estadio Louis Armstrong, con capacidad para más de 18.000 espectadores, explotó. Gabriela Sabatini tenía una particularidad: jugaba siempre de local y la gente siempre estaba con ella. Roma era Gabilandia, sí, pero Nueva York era también su ciudad, y el US Open, su Grand Slam preferido.
Llegó a esa final contra Steffi Graf tras una vuelta de tuerca en su juego: el saque y la red, el chip and charge.
Su nivel hasta los cuartos de final estaba siendo muy irregular, pero el cambio estratégico que le sugirió su entrenador Carlos Kirmayr, le dibujó un camino de triunfos. Poner la raqueta en la devolución para empujar la pelota al fondo de la pista y tomar red. Fórmula exitosa ante Leila Meskhi, Mary Joe Fernández en semis, y Graf en la final.
Aunque la estrategia contra la alemana tuvo que ser más compleja. Hubo algo de ese partido que descubrí tiempo después.
Me lo confesó Graf cuando vino a Buenos Aires a jugar una exhibición. Le pregunté por qué perdía tanto con Gabriela. Sabatini fue la jugadora que más veces venció a la alemana (11), y la final de ese US Open fue la perfecta muestra de cómo funcionaba de bien esa estrategia contra ella.
Atacar sobre el revés, o defenderse con pelotas altas a ese mismo lado. Le abría la cancha sobre la derecha para encontrar el agujero sobre la izquierda. Después, castigo con revés paralelo. Es lo que me contó Graf a la hora de explicar las dificultades que le planteaba Sabatini, a la que pese a todo derrotó 29 de las 40 veces que la enfrentó.
Aquella rivalidad entre Sabatini y Graf concentró la popularidad, lamentablemente, por el ataque con cuchillo a Mónica Seles en Hamburgo. Seles lo empezó a ganar todo siendo una adolescente, y estaba llamada a ser la mejor de la historia, pero Günter Parche le arrebató los sueños.
Sanó y volvió. Ganó su noveno Grand Slam, pero nunca fue la misma.
El clásico de los 90 fue, sin ninguna duda, Graf vs Sabatini. Una rivalidad que despertaba pasiones en la gente. Tomó la posta del clásico anterior, el de Evert y Navratilova, el enfrentamiento más emblemático de todos los tiempos del tenis femenino. Ellas marcaron la época con ese impresionante 43-37 a favor de Navratilova.
Se extrañan los clásicos en el tenis femenino. Hoy no existen rivalidades que influyan como antes.
En aquella época, el tenis femenino acaparaba la atención del público del tenis. Iba más gente a ver a las mujeres que a los hombres. Se veía en el Madison Square Garden, donde se jugaban los torneos de Maestros tanto de damas como de caballeros. La WTA jugaba la primera semana, y la siguiente, la ATP. Aunque parezca mentira, las mujeres recaudaban más que los hombres.
Graf, Seles, Sabatini, Navratilova, Jana Novotná, Arantxa Sánchez, Fernández, Conchita Martínez, Natasha Zvereva. Todos nombres infaltables en el Máster. Partidos extraordinarios y también un dato que quedó en la historia: las damas jugaron un partido al mejor de cinco sets durante 14 años para la final de ese torneo. Después se dieron cuenta que las mujeres no estaban preparadas para jugar esa cantidad de sets. Inclusive los hombres no lo están, porque solamente se juega así cuatro veces al año.
Y las damas captaban más atención que los varones no porque ellos estuvieran pasando por una época floja. Estaban Pete Sampras, Andre Agassi, Boris Becker, Stefan Edberg, Goran Ivanisevic, Thomas Muster, Sergi Bruguera, Jim Courier, Michael Chang… ¿Qué tal? Y así y todo las mujeres recaudaban más que ellos. Una realidad que hoy es impensable.
Hoy vemos un partido entre Sinner y Alcaraz, o con Djokovic… se llena. Se van de la cancha y entra la número 1 y la número 2, Swiatek y Sabalenka, y queda la mitad del estadio. Se vieron también gradas vacías en las Finales de la WTA. ¿Por qué no atrae el tenis femenino como antes? Es un misterio.
En la década pasada, con las Williams, Sharapova, Justine Henin, Kim Clijsters, Amelie Mauresmo, todavía era palpable esa atracción. Fue la última etapa del tenis femenino que realmente atrajo al público por igual que lo que lo hacen los hombres. En cambio, hoy es excepcional que un partido de mujeres –salvo las finales- tenga aforo completo.
Quizás a esta generación les falte carisma. A mí me encantan, por ejemplo, Ons Jabeur, Karolina Muchova y Jasmine Paolini. Pero siempre ganan Swiatek y Sabalenka.
La polaca me parece aburridísima. Sabalenka es espectacular, porque le pega tan fuerte como los hombres, pero cuando no está precisa, tira la mitad para afuera. Tiene fuerza, espectacularidad, pero no un tenis de calidad y atractivo.
Uno ve a Rybakina, que juega sensacional, pero no expresa nada, como si le diera igual ganar o perder. Y cuando se pone frente a los micrófonos, le falta el respeto a los periodistas que intentan hablar sobre ella, o no se esfuerza por elaborar respuestas decentes. Ella no entiende esa parte de su trabajo, y ya a sus conferencias de prensa con suerte van los periodistas que escriben para la WTA o en los sitios de los propios torneos.
Sabalenka se quejó que por ganar Cincinnati, cobró la mitad de lo que cobró Sinner por hacer lo mismo. Es una realidad dura, pero el mercado dice que el jugador gana en relación a lo que produce. Es lo que sostiene siempre Rafael Nadal.
“La realidad económica es que los premios se basan en la cantidad de ingresos que da a TV, las cifras de audiencia y los patrocinios, y el mercado paga actualmente una tarifa mucho más alta por los derechos asociados a las propiedades deportivas masculinas que a las femeninas”, dijo el comunicado de prensa que emitió el torneo.
El gran legado que Billie Jean King dejó gracias a su lucha feminista en el tenis que comenzó hace más de 50 años con la creación de la WTA, hoy se ve, por ejemplo, en algo tan importante como la igualdad de los premios que hombres y mujeres gozan en los Grand Slams.
En el resto del circuito es diferente y para entender las desigualdades hay explicaciones más complejas. Vale remontarse a épocas más gloriosas para entenderlas.