Roger Federer está tranquilo porque el futuro de su deporte es brillante. Siguió de cerca lo que hizo Carlos Alcaraz en el US Open y ratificó su teoría: “Siempre dije que habría superestrellas en el tenis y él es una de ellas. Pasó lo mismo con Pete (Sampras) y Andre (Agassi). Cuando se fueron, la gente no creía que vendrían tipos a dominar”.
Después de la era del dúo estadounidense vino un suizo que instauró el dominio absoluto. Apareció luego un español, y después un serbio. Entre los tres suman 63 Grand Slams y el conteo probablemente siga aumentando gracias a la vigencia de Novak Djokovic y Rafael Nadal.
Esa era comenzó a apagarse hoy, con Federer despidiéndose en un escenario que no era el ideal para los románticos del tenis y seguidores de su legado, pero que funcionó muy bien: dejó al suizo feliz (de pasada, le dio otro impulso a su negocio de la Laver Cup), y pudo recibir todo el amor del mundo.
No fue en Wimbledon. Tampoco pudo ser en el ATP de Basilea en octubre, como estuvo inscrito hasta hace poco. No quiso jugar un partido de singles. Fue en un torneo de exhibición, que por mucho que sus encuentros entren en el registro oficial, no se le puede comparar con la alta competencia de un torneo que reparte puntos y dinero.
Pero funcionó y Federer quedó feliz en un evento que entregó una atmósfera especial y que regaló imágenes inéditas (sobre todo las que involucraban al Big Three y Andy Murray) que fueron haciendo cada vez más entretenida la previa del último día de Federer como profesional, como verlo jugando tenis de mesa contra Diego Schwartzmann, o ver a las grandes leyendas vestidas de frac juntas navegando por el Támesis.
Si el público abucheó al australiano Álex de Miñaur después de su triunfo ante Murray, cuando dijo que esperaban que el dobles lo ganara el Equipo del Resto del Mundo, era porque la fiesta era de Federer.
Y así fue, con la compañía de Nadal, en un partido en el que voleó bien, e incluso aprendió cosas nuevas en el tenis: en el primer set metió una pelota justo por el agujero entre el fin del fleje y el poste de la red (“¿Cuál es la regla?”), y en el segundo admitió sorpresa ante un doble impacto a la bola por parte de Frances Tiafoe (“Nunca había visto algo así”).
Aunque lo más importante, fue que Federer disfrutó y sonrió gran parte de un partido en el que comenzó nervioso: en el sorteo cedió el saque a Nadal, y lleno de risa le contó al resto de los jugadores europeos que tenía la mano demasiado fría para servir.
El resultado pasa a un plano más que secundario, y que poca gente recordará: 4-6, 7-6 (7-2) y 11-9 para Jack Sock y Tiafoe.
Federer no hará como Borg: No será un fantasma del tenis. El sueco luego de retirarse a los 26 años cultivó un bajo perfil y no habitó el planeta tenis como habrían querido sus fanáticos en los ochenta. El suizo no quiere ser entrenador, ni tampoco ser director de torneos. No quiere asumir grandes responsabilidades, pero sabe que no puede herir a sus fans que lo aman.
Con Mallorca en su calendario, serán sus hijos los que respirarán tenis cuando estén en la academia de Nadal entrenando. A él probablemente le interese la ubicación de las mejores y más escondidas playas y calas para disfrutar con Mirka. O quizás Nadal le preste su yate.
Arranca la nueva vida de uno de los mejores deportistas de la historia.
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Reportea el tenis alrededor del mundo desde hace 10 años. Ha colaborado con medios como La Tercera, Cooperativa, Infobae, y Racquet. Fundador del ex programa de radio Tercer Saque.
Pluma & Lente es su espacio personal donde relata sus viajes y aventuras.