Lo que se ve en las pistas y estadios nunca es toda la verdad. Que lo diga el argentino Guillermo Pérez Roldán, cuya vida a los 18 años era la gloria ante las cámaras y un calvario lejos de ellas: capaz de llevar hasta el quinto set al entonces número uno Ivan Lendl en la final de Roma 1988, cuando los partidos terminaban, su padre-entrenador se transformaba: puñetazos en la cara, latigazos sobre la cama, la cabeza presionada hasta el ahogo dentro de un inodoro.
Y los frutos de toda una carrera, millones y millones de dólares, esfumados. «Terminé mi carrera y a los tres meses era pobre. No tenía ni coche. Así fue. Llamé al banco de afuera, pedí una plata para irme de vacaciones y no había más. Y habría varios millones de dólares. Además, teníamos casas caballos de carrera, restaurantes, departamentos, etcétera. No cuento ni vivo con eso, y sé que nunca lo voy a tener».
Pérez Roldán tiene 52 años y vive hoy en Chile, donde trabaja en un club. Tiene dos hijas y un hijo. Parte del año trabaja también en Italia, un país que ama. El recuerdo de su juego aún perdura en Argentina, un país apasionado por el tenis que, en la segunda mitad de los ’80, se sorprendió con «los Pérez Roldán».
Raúl, el padre, era la cabeza de un equipo que integraban sus hijos Guillermo y Mariana, Franco Davin y Patricia Tarabini. Fueron los inicios de la escuela de Tandil, una localidad a 300 kilómetros de Buenos Aires de la que también salió el mejor tenista argentino en décadas, Juan Martín del Potro.
Si el tenis duro, potente y de despliegue físico era la marca de los dos Pérez Roldán, los golpes plásticos y la muñeca mágica eran patrimonio de Davin y Tarabini.

Davin, un gran talento, sufrió demasiadas y llamativas lesiones a lo largo de su carrera, afectado probablemente por un tipo de entrenamiento y estilo de juego que no solo no lo beneficiaba, sino que lo dañaba. Era el estilo de Raúl Pérez Roldán.
Poco se supo en los últimos años de la vida de Guillermo Pérez Roldán, que llegó a ser décimo tercero del ranking mundial. En medio de la pandemia del Covid-19, con el deporte casi totalmente paralizado, el diario «La Nación» publicó en 2020 una historia que estremeció a todo el país. Y días atrás, la historia impactó en forma de documental televisivo en Star+.
«Intenté suicidarme porque no quería, ya no quería», confiesa en el documental. No quería vivir. Tenía 18 años y le había pedido un arma prestada a su abuelo, la única persona en la que confiaba.
«Dispare dos veces el arma y no salieron las balas. En ese 1988 sólo quería desaparecer, no quería vivir de esta manera. Pero que no salieran esas dos balas significaba que tenía que seguir…».
Pérez Roldán siguió jugando y sufriendo a un nivel difícil de imaginar. Jugadores como Martín Jaite, Javier Frana, Franco Davin, Mariano Zabaleta o Mariano Puerta admiten en el documental que la dureza extrema de Pérez Roldán (padre) les llamaba la atención. Pero nadie se sintió habilitado para ir más allá, para descender al infierno a ver si se podía rescatar a Guillermo. Tampoco los dirigentes le tenis argentino en aquellos años,
«Hubiera querido un mejor padre. A ver si algún día me da un abrazo y dejo de ser una cuestión económica». La frase pinta a Guillermo Pérez Roldán de cuerpo entero: detrás de la imagen de jugador duro, escondido tras aquella derecha devastadora siempre hubo un tierno. Y de ese ternura se aprovechó su padre, omnipresente en el día a día.
«Perder un partido, entrar en una habitación y que te peguen una piña en medio de la boca con el puño cerrado. O que te metan la cabeza en un baño, o que te agarren a cintazos (golpes con el cinturón) arriba de la cama. O un robo de cuatro o cinco millones de dólares. Todo lo que gané jugando al tenis, al otro día no lo tenía. Mi vieja y mi viejo firmaron para sacarme la plata de mis cuentas».
«Sufrí el maltrato físico. Todos sabían. La cosa fue conmigo. Y con mi hermana al principio. Pero cuando empecé a facturar yo, mi hermana pasó a un segundo plano. Tengo que decir que fue un técnico de la puta que lo parió, pero un padre de mierda. No podía ser que ganar un partido era un alivio y en determinados momentos, en vez de poder disfrutar a los 19 años, ya no di más. Le dije: ‘Seguí tu camino, cuando te necesite técnicamente te llamo. Comprate un campo, andá a los caballos, pero déjame tranquilo'».
La presión de Pérez Roldán sobre sus hijos era tal, que Mariana, que llegó a ser 51 del ranking WTA, ganó un partido en Roland Garros disputando su tramo final con una gravísima lesión en la rodilla. Nunca pudo volver a jugar, el tenis se acabó para ella. Y parte del retiro de Guillermo tuvo que ver con una lesión que sufrió en la mano al defender a su padre durante una pelea en una gasolinera en Italia. Nunca más se recuperó de aquello, aquello precipitó el retiro.
«Guillermo tenía una gran derecha, pero un físico pesado, su movilidad no era buena, nunca hubiera pensado que llegaría a lo que llegó; en ese sentido, su padre hizo un muy buen trabajo», dijo a CLAY Modesto «Tito» Vázquez, dos veces capitán del equipo argentino de Copa Davis.
«Davin y Tarabini eran en cambio dos jugadores con un talento excepcional. Raúl no pudo o no supo aprovechar las virtudes que tenían. En cierto momento aprovechó a Franco y a Patricia para mejorar a sus hijos. Veías a Davin horas y horas jugando contra Guillermo desde el fondo de pista, cuando lo suyo debía ser el ataque y la red. Raúl terminó convirtiendo a los dos en los sparrings de sus hijos».
Y así como Raúl moldeó el tenis de Davin y Tarabini según sus rígidos conceptos, Guillermo y Mariana eran capaces de hacerse daño a sí mismos por seguir a su padre: una historia de temor y obediencia casi ciega. Una locura.
