LONDRES – Lo dejó bien claro el «Telegraph» hace unos días: en el Reino Unido no hay suficiente gente que quiera trabajar.
«EasyJet está cancelando vuelos porque no encuentra la gente necesaria para la tripulación de sus aviones. El aeropuerto de Heathrow es un caos porque no cuenta con suficientes empleados para ocuparse de los equipajes. Los restaurantes están adelgazando los menús porque no tienen gente para trabajar en las cocinas».
¿Hay más? Sí, hay más.
«Las tiendas comerciales no tienen suficientes conductores para sus vans ni gente que ubique los productos en las estanterías. Más allá de las huelgas, se está tornando dolorosamente claro que el país va rumbo a una parálisis porque no tenemos toda la gente que se necesita para trabajar».
Nadie puede acusar a Novak Djokovic de no querer trabajar, aunque este año se perdió un Grand Slam, el de Australia, y podría quedar fuera de otro más, el de Estados Unidos. De ocho semanas de trabajo quizás solo pase cuatro en la oficina.
Lo de este martes en la central de Wimbledon no implicó faltar al trabajo, pero sí llegar una hora y media tarde. Fue muy peligroso, estuvo cerca de caer en el desempleo.
El italiano Jannik Sinner, de 20 años, casi le corta el camino al séptimo título en el All England. El 5-7, 2-6, 6-3, 6-2 y 6-2 a favor del serbio es muestra del riesgo que corrió.
Y si Djokovic está en semifinales, donde se medirá al británico Cameron Norrie, es en buena parte gracias a un baño y un espejo.
Tras perder el segundo set, el serbio pidió una pausa y se fue al baño. Pegó la nariz contra el espejo y tuvo una breve charla consigo mismo.
«En serio», explicaría ya con la victoria en el bolsillo. «Eso ayudó mucho».
También lo hizo hace 13 meses en París, cuando se fue al baño tras perder los dos primeros sets de la final de Roland Garros ante el griego Stefanos Tsitsipas. Djokovic terminaría llevándose el partido y el título.