Al tenis le dicen que tenga miedo, pero todo indica que no tiene por qué tenerlo. Quedó claro con la enorme final de Roland Garros disputada por Carlos Alcaraz y Jannik Sinner, con agónica victoria del español, pero también en pequeños detalles de este último Abierto de Francia, como la cancha de pickleball situada junto al estadio Philippe Chatrier.
El goteo de críticas y pedidos al tenis para que se actualice, porque de lo contrario las nuevas generaciones lo abandonarán, es constante. Desde Gerard Piqué, que en connivencia con la Federación Internacional de Tenis (ITF) le quitó a la Copa Davis todo lo bueno que tenía, hasta el director del Masters 1000 de Madrid, Gerard Tsobanian, durante una reciente entrevista con CLAY en París.
«A los jóvenes les gustan los deportes más cortos, más intensos, hay que intentar que no se alarguen mucho los partidos, hay que llegar más rápido al momento de drama o de finalización. Por eso hacen en Next Gen las pruebas de recortar a cuatro juegos», argumentó Tsobanian.
«Los tiempos se aceleraron, la gente tiene menos… paciencia o menos tiempo».
Innegable lo que dice el francés que por años fuera la mano derecha de Ion Tiriac: los tiempos se aceleraron, la oferta es mucho más amplia. ¿Pero no es precisamente, en esa jungla de la aceleración y la oferta multiplicada, más valioso que nunca ser dueños de algo único?
Los 329 minutos de final entre Alcaraz y Sinner lo fueron. Esas cinco horas y media implican no solo la final más larga en la historia de Roland Garros, sino una de las grandes finales de todos los tiempos.
Bjorn Borg ante John McEnroe en Wimbledon 1980, Pete Sampras con Boris Becker en el Masters de 1996 en Hannover, Rafael Nadal y Roger Federer en Wimbledon 2008, Novak Djokovic y Nadal en el Abierto de Australia 2012… Y ahora, Alcaraz – Sinner en Roland Garros 2025. Y no son las únicas finales o partidos excepcionales.
El hecho de que Alcaraz haya ganado su quinto torneo de Grand Slam con 22 años, un mes y tres días, exactamente la misma edad que tenía Nadal en aquella final de Wimbledon de 2008, o que la rivalidad entre Alcaraz y Sinner traiga tantos recuerdos de la de Federer y Nadal, no hace sino aumentar el atractivo de este tenis excepcional que surge sin previo aviso y sin horario de finalización.
Como dice Christopher Clarey este lunes en su newsletter «Tennis & Beyond»: «Cuélguenla en el Louvre». Esta final en París tiene categoría de Louvre, algo con lo que jamás podría soñar el tenis jibarizado que se propone o el pickleball, pese a la alarma de tantos por la proliferación de canchas en Estados Unidos, en sitios donde antes había pistas de tenis.
Es por eso que la Federación Francesa de Tenis (FFT) armó este año una cancha de pickleball junto al Chatrier, la mejor manera de demostrar que no se le tiene miedo a lo que es un mero divertimento, antes que un deporte con todas las letras. Que el tenis se aterre ante el pickleball implica que el tenis se mienta a sí mismo.
«Lo importante debe ser difícil», solía decir Nadal, en una frase que podría firmar su tío Toni. ¡Y qué difícil es ver una final como la del domingo 8 de junio de 2025 en París! Pero cuando llega, todo cobra sentido: vale la pena esperar, vale la pena que tu día se trastoque y no saber a qué hora te liberas, porque estás abducido por el televisor. Vale la pena este tenis, y no el pasteurizado, reducido y temeroso que Piqué y sus amigos nos intentan vender.
