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Viaje al origen de la raqueta

Las raquetas de los miembros del club se guardan a un costado de la cancha. Si no es ahí, ¿ Dónde más van a jugar?
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En los confines de Australia se oculta una joya llena de historia y simbolismo. En Hobart, ciudad de la isla sureña de Tasmania, el club de tenis más antiguo del hemisferio sur se aloja entre la arquitectura colonial. Pero no cualquier tenis. Aquí se juega Real Tennis, el padre de los deportes de raqueta.

Hobart es una ciudad para devorar. Lo más literal de la palabra nos remite a su gloriosa gastronomía que reversiona cocinas de todo el mundo, que usa el producto local de una zona rica en mariscos y pescados, ganadería responsable libre de antibióticos y agricultura orgánica bien cuidada y sin pesticidas.

La capital del estado de Tasmania, esa gran isla que se descuelga junto con otras 300 islas adyacentes del gran continente australiano, presume una perfecta mezcla que no sólo se aprecia en su comida: lo moderno y vanguardista coquetea en cada rincón citadino con la elegancia de lo antiguo. Así, un explorador urbano la devora también en un sentido un poco más metafórico.

Las calles de Hobart son un ejemplo de buena arquitectura, que valora y preserva el pasado, y se reinventa constantemente mirando al futuro. El estilo gótico de imponentes construcciones, así como lo victoriano de las viviendas que ocuparon los cerros, hacen buen juego con lo juvenil de los bares de moda, y el art deco de museos estrafalarios.

La fachada de piedra del Hobart Real Tennis Club
Fachada de piedra del Hobart Real Tennis Club

En una de las arterias del centro de la ciudad, donde el tráfico fluye apresurado, una de esas edificaciones patrimoniales magníficas, esconde una joya que bien valoran sus religionarios. Es uno de los recintos deportivos más antiguos del planeta: Hobart Real Tennis Club.

Welcome to ‘Real’ tennis

Beyond these doors.

Hazards, monk, corner chases;

Score marked on blue-lined floor.

Played with passion, skills and risk,

Men, women – many faces.

Enter here. Take a bisque!

 

Los dichos que se pueden leer en la puerta que da a hacia la vía los firma Tim Hurburgh, un arquitecto local. Las comillas de “Real” no son precisamente porque el origen de este deporte esté ligado a la realeza. Tampoco es un sinónimo de “legítimo”. Ciertamente la palabra se usó como retrónimo en la prensa del siglo XIX para diferenciarlo del ya popular por entonces, tenis convencional. Court tennis le llaman los estadounidenses, Jeu de Paume en Francia. También se le apoda “el deporte de los reyes”. Una actividad con más de 600 años de vida.

El cartel invita a entrar y descubrir lo que se trama tras los muros de piedra. Los visitantes son bienvenidos…aunque en tiempos normales. Durante la pandemia no es tan fácil, sobre todo en un país de estrictas -y tantas veces exageradas-, medidas sanitarias como Australia. En la otra puerta, donde se hace el ingreso oficial, otro cartel sin tanta poesía como el anterior, advierte que el entrada está permitida sólo para socios y amigos, debido a los tiempos pandémicos.

¿Cuál es tu nombre?—pregunta un hombre con barba blanca y anteojos, vestido con un chaleco clásico con cuello en “V”. Justo antes le pregunté si haría una excepción para dejarme ver el club.

Sebastián

—¿De dónde visitas?

Soy de Chile, pero estoy viviendo en Australia por un tiempo. Soy periodista, me he especializado en la cobertura tenística. Vi este lugar caminando por la calle y me llama la atención. Quiero escribir una historia y tomar fotos.

Barry Toates (73) es un múltiple campeón de grand slam y leyenda viva del tenis real. En el club de Hobart las oficia de professional: gestiona las reservas, recibe a los socios, hace clases y confecciona los implementos.

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Él hace la excepción y me da la bienvenida al portal hacia el pasado para así descubrir al padre de todos los deportes de raqueta. El squash, el ráquetbol, el pádel, el bádminton y tantos otros se deben a él. Y por supuesto el lawn tennis. En este lugar al tenis moderno, creado tres siglos posterior al tenis real, se le tiene que llamar así.

En 1875 el aristócrata Samuel Smith Travers, construyó la cancha de tenis real más al sur del mundo. Había conocido el juego en Inglaterra, y ya instalado en Hobart, importó el deporte para jugarlo con sus colegas. En lo que era una cervecería abandonada, levantó el edificio colonial gracias a los dineros de su familia comerciante.

La memorabilia tenística abunda: trofeos antiguos, prensa de distintas épocas, fotos de ex jugadores, artículos de colección, arte y reliquias.  Y por supuesto, espacios dedicados a la figura de Rob Fahey, el campeón de los campeones. El tasmano es el dueño de todos los récords de la historia del tenis real y es el deportista más dominante en cualquier disciplina.

Fahey es dueño de los títulos mundiales desde 1994 (sólo se le escapó la copa de 2016) y en su palmarés ya no caben más majors, por cierto, torneos que al igual que en el tenis moderno, se realizan en Australia, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, los únicos países donde se juega el tenis real y que se reparten el medio centenar de canchas que actualmente existen. La última, fue recientemente inaugurada en Bordeaux.

Deporte hecho a mano

El arsenal al final del oscuro pasillo. A un costado de la cancha se acumulan las raquetas de los socios: de madera y torcidas. La anatomía curva imita a la palma de la mano, lo que propicia la ejecución del golpe y el spin. Las cuerdas, de tripa de oveja, son más gruesas y rígidas, deben ser colocadas manualmente, ya que no encajan en ninguna máquina. Barry demora 40 minutos en encordar cada raqueta por un valor de 40 dólares aussies (28 USD).

Las raquetas de los miembros del club se guardan a un costado de la cancha. Si no es ahí, ¿ Dónde más van a jugar?

Las pelotas demandan otra ciencia artesanal minuciosa. No hay industria que las produzca en tarros con sello de lata. En Hobart, Barry es el productor. Y cuenta que ha confeccionado más de 80 mil pelotas desde que aprendió tal arte.

Barry en su taller-oficina. Ha confeccionado más de 80 mil pelotas desde que aprendió la labor.

La superficie de las bolas viejas se convierten en el núcleo de las nuevas. El paño melton, de 82% de lana, similar al usado en las mesas de billar, ya sucio y desgastado, se comprime con pitilla y cinta. Nuevamente se usa la pitilla, pero esta vez con un patrón establecido para asegurar la máxima esfericidad posible, y luego se cubre con paño nuevo, que se clava con martillo al núcleo. La costura culminan el proceso.

Barry tiene todo organizado en su taller: hace sets de pelotas con anticipación que organiza en los canastos. Se usan 60 pelotas en cancha que duran dos semanas aproximadamente. Las bolas se van comprimiendo y achicando. El bote las delata cuando están listas para la reencarnación.

Mente ajedrecista

La demanda por jugar es alta y la cancha suele estar reservada casi todas las horas de la semana. “You wanna have a hit?”, pregunta Barry. Un socio canceló la clase del día siguiente. La suerte está de mi lado y no me pierdo tan valiosa oportunidad de probar un deporte tan simbólico.

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Barry comienza con una demostración base de cómo elaborar los golpes, siempre de afuera hacia adentro. Enseña la ejecución del saque, siempre del mismo lada de la cancha, debe pegar en la parte del techo lateral antes de caer en un área cuadrada, lo que le da un componente bastante entretenido. Cuenta que hay una cincuentena de tipos de saques con nombres curiosos y para los experimentados, gran parte del juego pasa por dominarlos: caterpillar, boomerang, pique, demi-pique, rail road.

Sigue con un barniz sobre las reglas, que ya había estudiado un poco por Youtube. La puntuación de cada juego es la misma que en el lawn tenis, y el set se lo lleva el primero en llegar a seis, sin importar que haya empate a 5. Hasta ahí, todo sencillo.

La cancha de tenis real y los espacios para los espectadores.

Pero después la cosa se va complejizando. La aristocracia diseñó este deporte con reglas difíciles de entender, precisamente para que suene complicado. Barry me da esperanzas cuando ve mi cara de confusión: “Todo irá haciendo sentido”. Comienzo sacando, pronto me quiebran. Muy acostumbrado al tenis convencional, tras perder el game, me dirijo hacia el otro lado. Barry me frena: “Te quedas allá sacando. El saque se cede al otro jugador con los chases”. ¿Un chase? Es la medida del segundo bote en el lado del sacador, usando las líneas trazadas paralelas a la red. Si luego la bola botea dos veces antes de la línea establecida se consigue el segundo chase y por ende, el preciado servicio.

Ahora es cuando nos ponemos ajedrecistas. “El tenis real se juega con la cabeza puesta en los siguientes tres a cinco puntos”, puntualiza Barry. Esta historia está lejos de ser una explicación detallada de las reglas. Para manejarlas bien se requieren unas cuántas horas más en cancha, pero con lo básico, y teniendo en frente a alguien que sabe, alcanza para darle dinamismo a juego. Tras conseguir chases, Barry se apropia del servicio y no lo suelta por algunos juegos. En un punto no llego a golpear la pelota, que queda de mi lado. Se la lanzo a Barry para que sirva, acostumbrado al tenis que juego siempre. Acabo de violar una regla no escrita del deporte. Un código de educación. Barry, duro y pedagógico me pide que me acerque a la red, más floja y menos tensa que la convencional. ”La pelota que me lanzaste de vuelta, ¡No me sirve de nada, salvo para que me llegue en el pescuezo! Tengo 50 pelotas de mi lado. Esa sólo tírala a la red”. Tiene sentido: al agotarse las bolas en la estación de saque, ambos jugadores se acercan a la red para devolver el canasto lleno.

Tras recuperar el saque, al cambio de lado el pro me comenta: “Quien pierde el derecho a servir, deja al otro pasar en el cambio de lado”. Ejecuto algunos servicios y nuevamente pierdo otro juego. Aún sigo vivo en el set. Barry advierte que queda tiempo para jugar lo último. Mantenemos un pequeño rally hasta que le doy de lleno a la “grilla”, pequeña caja en la esquina de la cancha con el retrato pintado de un monje. Uno de los objetivos que de ser golpeados con la bola, conceden el punto. Rarezas entretenidas del tenis real. Lo mejor que hice en el court.

Mi esfuerzo se compensa. Barry me saluda en la red para luego regalarme una pelota que ya no da para más en la cancha histórica de Hobart, pero que sí se convertirá en un tesoro para coleccionar.

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