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Djokovic se devoró psicológicamente a un Alcaraz inmaduro aún

Djokovic Alcaraz
Novak Djokovic / Kyodo action press
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MELBOURNE – John McEnroe tenía razón: «No es la primera vez que vemos esta rutina, no se dejen engañar».

Y así fue. Novak Djokovic demostró por enésima vez que darlo por muerto es de lo más peligroso que puede haber en el tenis: el serbio se impuso este martes 4-6, 6-4, 6-3 y 6-4 al español Carlos Alcaraz y avanzó a las semifinales del Abierto de Australia, donde aspira a su undécimo título, que sería el vigésimo quinto de Grand Slam.

«¿Qué cómo he ganado? Con mis dos piernas y mis dos brazos, supongo», dijo bromeando Djokovic a la televisión australiana tras el partido.

«Una pierna y media, de hecho», añadió, mientras bromeaba con sus hijos, en las gradas, y les decía que no debían estar allí a la una de la madrugada.

«Ojalá el partido de hoy fuera una final. Es uno de los partidos más épicos que he jugado en cualquier pista», añadió el serbio.

Djokovic reconoció que tuvo algún problema físico, pero no quiso ir más allá.

«Como todavía estoy en el torneo no quiero revelar demasiado. La medicación empezó a hacer efecto. Y tuve que tomar otra dosis. Si hubiera perdido el segundo set no sé si habría seguido jugando».

«La clave para mí ahora es recuperarme. Espero poder salir y jugar lo mejor posible».

La primera parte del partido mostró a un Alcaraz más explosivo y con golpes e inteligencia táctica para imponer su juego al de Djokovic. El español de 21 años tuvo incluso la presencia de ánimo para no perder concentración tras los cinco minutos en los que el serbio de 37 se fue a los vestuarios a ser atendido de un problema en el aductor.

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Alcaraz no se inmutó: cuando el ex número uno del mundo regresó al Rod Laver Arena, lo recibió con tres primeros saques y un ace a la T a 190 kilómetros por hora para ganar en cero su servicio y por 6-4 el set de apertura.

No era sencillo: Djokovic se fue al vestuario precisamente después de que Alcaraz le quebrara el servicio, y dejó al español solo en el estadio, con el viento fresco y arremolinado que venía del mar, decenas de gaviotas haciéndose notar y el tema YMC de Village People, los nuevos amigos de Donald Trump, sonando. Fuera del estadio, un par de centenares de fans serbios deseosos de que su ídolo ganara.

Esperanza con sentido, porque ante Djokovic no alcanza con salir en ventaja. Su increíble capacidad de resistencia y lucha, y su notable habilidad para meterse en la mente del adversario, lo convierten en un rival de altísimo peligro. Simplemente no se puede confiar en lo que se ve: Djokovic es mucho más que lo que muestra.

Fue así que Alcaraz fue perdiendo regularidad y concentración. Hay pocas cosas más difíciles en el tenis que mantener eso, la regularidad y la concentración, cuando el rival da a entender que está lesionado. Y dar a entender que tiene algún tipo de problema físico es algo que Djokoivic ha hecho mucho a lo largo de su carrera.

Lo hizo en Australia: su título de 2021 llegó con un desgarro en el músculo oblicuo, y el de 2023, con un desgarro en el isquiotibial.

Carlos Alcaraz / Kyodo action press

Alcaraz fue perdiendo efectividad mientras Djokovic la iba ganando. La regularidad se le esfumaba al español, el serbio apretaba los dientes y se olvidaba de sus dolores y el partido ganaba en dramatismo.

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Tras llevarse el segundo set, Djokovic celebró el tercero colocándose una mano en la oreja a la espera de la reacción del público.

«¿Habías visto venir esto?», le preguntó Patrick McEnroe a su hermano, John, durante la transmisión de ESPN.

«Sí», respondió lacónico el mayor de los McEnroe.

Alcaraz, atrapado en la red de juegos mentales del serbio, había perdido hacía rato el control del juego. Y Djokovic, acostumbrado a ganar cuando se supone que debe perder, lo hizo otra vez: ganó.

En semifinales se medirá al alemán Alexander Zverev. Alcaraz, de regreso a España, deberá esperar hasta 2026 para intentar nuevamente ganar el único Grand Slam en el que no gritó campeón.

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