SÃO PAULO – Luchar cada semana por subir en el ránking mundial y hacerse un lugar entre las mejores tenistas del mundo es ya de por sí un desafío más que duro. Hacerlo como “fantasma” del circuito, mucho más.
Es lo que le sucede a seis de las primeras cien y a 13 de las 150 mejores tenistas del planeta, que en el ranking mundial de la WTA no tienen rostro. Donde debería haber una foto sólo aparece una silueta negra.
No hay foto para la croata Antonia Ruzic, 72 del ranking mundial. Cinco puestos más abajo, también es un fantasma la checa Tereza Valentova, al igual que la argentina Solana Sierra, que se ubica en el puesto 82.
“Es medio raro, la verdad”, admitió Sierra durante una entrevista con CLAY en São Paulo. “Yo tengo fotos, y ellos pueden sacar fotos. Ya la pondrán…”.
Que Sierra, entre las 16 mejores de Wimbledon este año, no tenga su foto, es llamativo. Al fin y al cabo la WTA acaba de lanzar un rebranding de su imagen y de poner mucho esfuerzo en renovar y mejorar su sitio web.
Lo mismo le sucede a la japonesa Aoi Ito (87), la australiana Kimberley Birrell (88), la suiza Jil Teichmann (90),. la australiana Talia Gibson (107), la letona Darja Semenistaja (110), la suiza Simona Waltert (124), la española Leyre Romero Gormaz (125), la tailandesa Mananchaya Sawangkaew (131), la checa Dominika Salkova (147) y la Oksana Selekhmeteva (149).

A ningún jugador entre los 150 primeros del ranking mundial de la ATP le sucede esto, aunque es cierto que no en todos los casos aparece una foto de estudio, profesional y cuidada. Pero no hay fantasmas en la élite del circuito masculino, a lo sumo fotos más sencillas, del estilo de la que se utiliza para un carnet de conducir. Todos tienen su foto.
¿No hay dinero ni gente suficiente en la WTA para algo tan elemental como conseguir fotos de 13 de las 150 mejores jugadoras del mundo? Suena extraño cuando se tiene entre los patrocinadores a un gran banco de inversión como Morgan Stanley o a PIF, el fondo soberano de inversión de Arabia Saudí.
Y es un tanto contradictorio con la declaración de intenciones que la propia WTA hace en su sitio web: “Fundada en 1973 por la visionaria Billie Jean King, la WTA se creó con el objetivo de promover la igualdad de oportunidades para las mujeres en el tenis, y desde entonces hemos estado rompiendo barreras. Hoy en día somos la potencia del deporte profesional femenino, uniendo a las atletas en una competición sin miedo y acercando a las personas a través del amor por el tenis”.
Este 13 de septiembre, en las semifinales del WTA 250 de Sao Paulo, el mayor torneo de Sudamérica, las notas informativas sobre los dos partidos contenían la habitualmente profusa e hiper detallada estadística que aporta la WTA. Pero la británica Francesca Jones se medía a un fantasma, la indonesia Janice Tjen, que aparecía sin foto.
Lo mismo le sucedía a la mexicana Renata Zarazúa: la francesa Tiantsoa Rakotomanga Rajaonah era también una ausencia, pagando quizás el derecho de piso de sus 19 años y de ser la 214 del ranking. Pese a que la WTA acreditó a un fotógrafo en el torneo brasileño.


El problema es que esos fantasmas no son fantasmas. Se trata de jugadoras jóvenes e hiperconectadas, tal como demanda el mundo de hoy. De jóvenes mujeres, con emociones y corazón, luchando a brazo partido por ganarse la vida como tenistas.
Convertirlas en una silueta negra no es un detalle menor para la generación que todo lo ve y todo lo exhibe. Se parece demasiado a ignorarlas, a decirles que importan menos que las demás.
Díganselo a Tjen y a Rakotomanga Rajaonah, que juegan este domingo en Sao Paulo, la mayor ciudad de Occidente, por el título del torneo.