La fidelidad del fanático la llega a agradecer la superestrella tantas veces con un «gracias a todos» generalizado. Con distancia física desde la pista o desde un escenario. Si el fan tiene suerte puede conseguir un autógrafo o una foto. Quizás una prenda o un artículo coleccionable.
Pero Roger Federer es en muchos aspectos un (ex) deportista diferente. Para sus más fieles seguidores hay un premio mayor: una tarde por un crucero en el lago de los Cuatro Cantones con el propio Federer como anfitrión.
Cerca de 280 fans del ex número uno del mundo de la agrupación fans4roger recibieron una invitación única que zarpaba desde el muelle de Lucerna y que durante la tarde regalaba un contacto directo y más intimo con el hombre que idolatran. Así, los devotos viajaron desde varios rincones del mundo a vivir la experiencia que organizó el equipo de Federer.
Fue una especie de despedida que estaba pendiente desde que Federer se retiró en septiembre de 2022. El fans club que nació en 2005 pretendía existir solo durante la carrera profesional del suizo. Así, los organizadores de la agrupación querían invitar a Federer a un evento de cierre. El círculo del ocho veces campeón de Wimbledon les respondió que efectivamente habría evento, pero que la dinámica sería al revés: el suizo es quien invita.
La reunión se mantuvo en secreto hasta que el mismo Federer publicó fotos en sus redes sociales. «Fuimos un grupo cerrado. Somos conocidos por no anunciar lo que hacemos a los cuatro vientos», explicó Doris Löffel, coordinadora de las reuniones de los fans al periodista suizo Simon Graf, autor del libro «The Roger Federer Effect». La agrupación exigía a sus miembros pagar una cuota anual de 90 francos suizos (a la fecha, misma cantidad de euros) con la que accedían a este tipo de eventos y al canal de información exclusivo de la web.
Cuenta Graf que todos los encuentros de Federer con la gente de fans4roger a lo largo de los años -la mayoría durante el ATP de Basilea- cumplían con una regla de oro: los celulares debían estar apagados.
La fecha del evento fue confirmada en abril, mas no así la actividad, que se mantuvo como una sorpresa hasta el final. «Especulamos durante mucho tiempo sobre lo que sería, pero no fue hasta que estuvimos en el embarcadero de Lucerna que supimos que sería un viaje en barco. Roger se subió más tarde», contó la aficionada alemana Doris Kording a Tages-Angeizer.
El crucero zarpó cuando ya todos tenían su gorra firmada por Federer. Luego, la embarcación paró en Meggenhorn y el campeón de 20 Grand Slams abordó junto a sus padres Lynette y Robert. Navegó durante cuatro horas. Respondió algunas preguntas, se fotografió con cada uno de ellos por un fotógrafo profesional que luego enviaría las fotos a los correos electrónicos, e intercambió algunas palabras con el aficionado de turno con un tiempo acotado para respetar los horarios. «Si se demoraban mucho, yo tenía que interrumpir. Pero ya sabes cómo es Roger, siempre tan conversador, especialmente con los que ya conoce hace tiempo», dijo Löffel.
«Simplemente se divierte con ello. Se le nota: aprecia el tiempo y el dinero que sus fans han gastado para verlo jugar por todo el mundo. Estaba relajado y divertido. Está contento con su vida actual. Creo que a los fans les cuesta más que a él el hecho de que ya no compita», afirmó la alemana.
Federer se bajó del crucero una parada antes y dejó a sus aficionados compartir entre ellos un par de horas más a bordo, en lo que fue la última reunión antes de la disolución del grupo. Desde la tierra sacó su celular, estiró el brazo y tomó una selfie. El último registro con sus fanáticos más incondicionales.
