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Multiplica por cuatro tu capitán de la Davis: la inusual fórmula española para el éxito hace un cuarto de siglo

España alza el trofeo de su primera Copa Davis / SERGIO CARMONA - RFET
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MADRID – “¿Pero, quiénes son estos tíos que se sientan ahora en el banquillo?”

Manel Serras, uno de los mejores periodistas de tenis que ha habido en España, comenzó con estas palabras una crónica en febrero del año 2000, justo después de que el equipo español derrotara 4-1 a Italia en la primera ronda de la Copa Davis. La frase no es del propio Serras: el autor explica que fue el pensamiento generalizado en el Club de Tenis de Murcia durante aquel fin de semana. Algo raro había ocurrido, sí, y seguramente muchos aficionados no supieron en un primer momento quién era el señor que ocupaba la silla de capitán. Muchos esperarían probablemente que estuviera el legendario Manolo Santana.

Por aquel entonces no era todo tan sencillo como sacar el teléfono del bolsillo y teclear en Google las palabras mágicas “quién es el capitán español de la Copa Davis”. Si se hubiera podido hacer, los aficionados más despistados habrían descubierto que el hombre que estaba a los mandos de España era Javier Duarte, conocido como Dudu. Pero la sorpresa hubiera sido mayor escarbando un poco más: porque Dudu era solo uno de los cuatro capitanes que tenía España. Sí, han leído bien. Ni uno ni dos ni tres: España tuvo cuatro capitanes en aquella temporada. El proyecto, bautizado como G-4, fue una de esas apuestas extrañísimas que de tanto en tanto se dan en el deporte y que resultan ganadoras. Porque España, en aquel 2000, acabó conquistando su primer título de la Copa Davis.

Pero para entender el éxito de la final ante Australia en Barcelona, de la que se cumplen ahora 25 años, hay que rebobinar más de un año atrás. Hablamos del otoño de 1999 en España, un país radicalmente diferente al actual y que, deportivamente hablando, vivía un momento extraño.

El pentacampeón del Tour de France Miguel Indurain se había retirado un par de años antes, la selección de fútbol vivía inmersa todavía en su maldición de caer en los cuartos de final y los éxitos de los Juegos Olímpicos de Barcelona quedaban ya como un recuerdo lejano. Nadie lo sabía entonces, pero estaba a punto de eclosionar la década de mayor éxito de la historia del país, la generación de los Rafael Nadal, Pau Gasol, Fernando Alonso, Andrés Iniesta y compañía.

Pero en el otoño de 1999 nadie podía imaginarse que España fuera a convertirse en una potencia mundial del deporte. En esas circunstancias es cuando se sella un extrañísimo pacto que acabaría llevando a España a conquistar su primera Davis. Porque sí, porque todo lo que ocurrió en diciembre del año 2000 en el Palau Sant Jordi de Barcelona en la final ante Australia, fue consecuencia directa de aquel acuerdo tan revolucionario y transgresor. Y quién sabe qué hubiera ocurrido en el tenis español, qué hubiera ocurrido con Rafael Nadal, sin aquel triunfo que sentó las bases para que España levantara otras cinco Ensaladeras más en este siglo XXI, más que ningún otro país. La historia podría ser bien distinta.

España había llegado a dos finales de la Davis, las de 1965 y 1967, con Manolo Santana como líder sobre la cancha. Y precisamente Santana era el capitán español en aquel lejano 1999, cuando todo se precipitó. España contaba con muy buenas raquetas: Álex Corretja, Carlos Moyà, Félix Mantilla, Albert Costa y Pato Clavet estaban dentro del top 30 y un jovencísimo Juan Carlos Ferrero, futuro número uno y actual entrenador de Carlos Alcaraz, andaba quemando etapas a un ritmo vertiginoso. Sin embargo, España seguía sin poder acercarse al título de la Davis. En 1999, de hecho, perdió en la primera ronda de local ante la Brasil de Gustavo Kuerten y tuvo que jugar el repechaje ante Nueva Zelanda para salvar la categoría.

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“Llevábamos bastantes años con buen equipo pero sin poder dar ese paso final. El capitán era Manolo, que tenía un prestigio tremendo, así que era una situación delicada para todos”, recuerda en una conversación con CLAY Javier Duarte, por aquel entonces, técnico de Corretja. “En 1999, poco antes del torneo de Palermo, tuvimos una reunión en la que participaron bastantes jugadores y entrenadores. Ya lo habíamos hablado alguna vez, pero claro, ¿quiénes éramos nosotros para cambiar el seleccionador? Nosotros no podíamos hacer eso”.

Juan Carlos Ferrero / SERGIO CARMONA - RFET
Juan Carlos Ferrero / SERGIO CARMONA – RFET

Lo que pensaron entonces los presentes -no estuvieron todos y los que no estuvieron no fueron informados- fue ofrecer a la Federación Española una capitanía compartida: en vez de tener un capitán designado por el organismo, que fueran los propios entrenadores de los jugadores los encargados de las convocatorias y de seleccionar los equipos de cada eliminatoria. Duarte entrenaba a Corretja, Jordi Vilaró guiaba a Mantilla, Francisco Clavet estaba a las órdenes de su hermano José Manuel y tanto Moyà como Costa compartían a Josep Perlas como técnico.

Los jugadores y entrenadores reunidos dieron el visto bueno a la idea. “¿Por qué no vamos a la Federación y se lo planteamos?”, se preguntaron. El plan tenía dos aspectos muy positivos. Por un lado, a la Federación le iba a salir mucho más económico porque no tenía que pagar los desplazamientos del equipo técnico a los torneos: eso estaba ya financiado por los propios jugadores, encargados de pagar las nóminas y los desplazamientos de sus entrenadores en el circuito ATP. Y por otro lado, ¿quién iba a saber mejor cómo estaba cada jugador que su propio entrenador?

Sin embargo, el planteamiento tenía varios asuntos que ponían los pelos de punta. El primero de todos se llamaba Manolo Santana. Con Nadal siendo un niño, Santana seguía siendo entonces la leyenda absoluta del tenis español. Pionero, carismático y con don de gentes, el madrileño estaba viviendo su segunda etapa en el banquillo español y a ver quién se atrevía a quitarlo de la silla. El segundo problema era cómo plantearlo a la federación, porque lo de una capitanía compartida era algo que no se había visto antes.

Después de que la España de Santana ganara 5-0 a Nueva Zelanda a domicilio en el repechaje de 1999, los interesados concertaron una cita con el presidente de la Federación Española, Agustí Pujol. “Al principio no le hizo mucha ilusión. Le traíamos un problema gordo: echar a Manolo y meter a tres capitanes. De hecho, se lo tuvimos que explicar dos veces para que lo entendiera bien”, recuerda ahora Dudu. “Pero fue muy valiente. Agustí llamó a Manolo para el día siguiente y lo destituyó”.

Javier Duarte, uno de los cuatro capitanes de España en el título del año 2000 en la Copa Davis / SERGIO CARMONA – RFET

El acuerdo que finalmente se firmó fue una capitanía de cuatro: Duarte, Vilaró y Perlas como entrenadores de los jugadores y Juan Avendaño como hombre fuerte de la Federación. Esto último fue una condición sine qua non que puso Pujol para poder conseguir el visto bueno de la Junta. Había nacido el G4.

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“Contribuyó a crear un equipo más unido. Al final, los entrenadores convivían con los jugadores y sabían todos los detalles, quién estaba mejor, quién peor. Y se garantizaba también el compromiso a jugar las eliminatorias”, señala 25 años después Francisco Clavet en una conversación con CLAY. Ni él ni su hermano Josè Manuel, su entrenador, supieron nada de la reunión en la que se fraguó todo. Pero tampoco se sintieron desplazados: Francisco jugó en el año 2000 la primera eliminatoria frente a Italia y estuvo en la grada durante la final en Barcelona.

“El sorteo para el año 2000 había sido muy bueno y todas las eliminatorias iban a ser en España hasta la hipotética final. Había una gran oportunidad, porque había buenos jugadores, y entendieron que era el momento de hacer algo nuevo. Yo creo que se hubiera ganado igual, pero es innegable que el hecho de tener cuatro capitanes ayudó a dejar de lado los egos y a suavizar ciertos momentos en los que, con un único capitán, la tensión se habría disparado”, añade Francisco Clavet, campeón de ocho títulos ATP y que alcanzó el puesto 18 del ranking mundial.

Esos “ciertos momentos” fueron dos y los recuerda muy bien Duarte: cuando le comunicaron a Carlos Moyà que no entraba en la lista de la final y cuando le dijeron a Álex Corretja que no iba a jugar ninguno de los dos singles de la jornada inaugural pese a ser el número uno del equipo. Hay que recordar que tanto el entrenador de Moyà (Perlas) como el de Corretja (Duarte) eran dos de los cuatro capitanes.

“Fueron dos decisiones muy jodidas”, admite Duarte. “Y para mí, personalmente, la de Corretja me costó mucho por todo lo que nos unía. Llevábamos juntos desde los 11 años, estábamos en la final de la Davis, en España, él era el líder y yo era uno de los capitanes. Con todo eso, le tuve que decir que no iba a jugar el primer día. Lloró como una magdalena, con una rabia tremenda, pero entendió mi exposición”.

La idea era que Corretja jugara el dobles con Joan Balcells el sábado y que estuviera fresco para un hipotético quinto punto el domingo. Pero no hizo falta: Lleyton Hewitt derrotó a Costa en el partido inaugural, Ferrero colocó el empate ante Patrick Rafter, el dobles cayó del lado de España y el domingo 10 de diciembre de 2000, en el cuarto punto, Ferrero selló el triunfo definitivo ante Hewitt. España había hecho historia, había ganado su primera Copa Davis. Y lo había hecho con cuatro capitanes.

Más allá del palmarés, la victoria de aquel G-4 fue un triunfo de la gestión audaz y la visión colectiva sobre el ego individual. La traumática destitución de una leyenda como Santana, el valiente  de Agustí Pujol y el doloroso sacrificio de Álex Corretja y Carlos Moyà sentaron las bases. Aquel primer éxito, revolucionario en su concepción, no fue una casualidad aislada, sino el germen de la potencia actual. Quién sabe qué hubiera ocurrido en el tenis español sin aquel triunfo que, con cuatro cerebros al mando, abrió la veda para que España levantara otras cinco Ensaladeras más en este siglo XXI. La historia, sin aquel cuarteto, podría ser bien distinta.

 

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